La última película de Ari Folman es de una belleza y brillantez apabullantes. Si Vals con Bashir (2008), una combinación de drama de animación y documental testimonio sobre la atrocidad de la guerra, conmovió a la mayoría de los espectadores, El congreso conquista definitivamente a los elegidos. Adaptación libre de una novela de ciencia ficción de Stanislaw Lem, el director israelí recrea su motivo central imbricándolo en reflexiones de candente actualidad: la progresiva implantación de las nuevas tecnologías, la preponderancia de la virtualidad en las relaciones personales, o el futuro del propio cine en la era de la digitalización. Así, el film empieza con la propuesta de un tenaz representante (Hervey Keitel), a una actriz madre de dos hijos que ya ha pasado la cuarentena y ha malogrado su carrera (Robin Wright, interpretándose a sí misma), de escanear su imagen a cambio de dinero y fama. No obstante, la crítica a la industria cinematográfica es sólo el punto de partida para mostrarnos el desolador y ominoso porvenir que acaso aguarda a la humanidad.
Veinte años más tarde, Robin Wright es invitada a un congreso de futurología organizado por su productora. Y de repente, la estética realista, cadenciosa, melancólica de la primera parte del film se transforma en una animación pop y colorista, donde conviven personajes de la vida real y la fantasía, y las imágenes se solapan, se funden, se metamorfosean. La impresión de estar bajo el efecto de un éxtasis aumenta conforme nos adentramos en un submundo de lógica imprevisible y cronologías desconcertantes. Sin embargo, en lo que para algunos es un defecto, reside en mi opinión la verdadera originalidad del film, su ambición radical. La inevitable confusión pretende hacernos sentir tan desorientados como la protagonista, ya que a Folman ahora no le interesa tanto narrar, si no imbuirnos del estado de quien habita esa irracionalidad. El dibujo animado –en las antípodas del carácter infantil e inofensivo que se le ha otorgado desde los inicios del cine- se erige como medio perfecto para representar un viaje alucinógeno. La vuelta a la imagen real contribuirá a dar sentido a una experiencia sensorial e intelectual cuya huella perdura en la memoria del espectador.
El congreso es profética en cuanto al futuro de los actores y visionaria respecto a lo que cine puede llegar a evolucionar. En una sociedad en la que tendemos cada vez más a aliviar el mínimo dolor, las preocupaciones cotidianas, con drogas; a crearnos personalidades más atractivas a través de videojuegos virtuales, ¿nos convertiremos algún día en personajes de las películas generadas por nuestra propia imaginación? Y lo más inquietante: ¿llegará el día en que preferiremos vivir en una eterna fantasía que enfrentarnos a la cruda realidad?
Silvia Rins, Todos los estrenos, 2014.
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