Luca Guadagnino ha afirmado en más de una ocasión: “mi órgano sexual son mis ojos”. Quizá por esta razón es uno de los cineastas actuales que llega más lejos en la representación de la pasión. Call me by your name es, de hecho, la tercera entrega de una trilogía sobre el deseo, que se inició con Soy el amor (2009) y continuó con Cegados por el sol (2015). No obstante, si la primera se centra en el amor como transgresión y liberación, y la segunda, en el amor como posesión y contención, ésta última gira alrededor de la iniciación amorosa. El deseo puede ser transgresor o conservador, pero es en la juventud cuando se manifiesta con más intensidad.
“Todos nosotros hemos sido rozados alguna vez por una mirada, una palabra, algún fragmento insustancial divino que, en cuestión de segundos, ha conseguido expandir el tiempo, borrar los límites del espacio y abrirnos al deseo desaforado, el amor por la belleza, la dulzura de una ilusión”, comenzaba mi ensayo La Pasión en el cine (Ediciones JC, 2012). Estos momentos inefables, que corresponden a la magia del enamoramiento, son los que describe la película con sutilidad y delicadeza, mas con fuerza inusitada. Al director no le interesa mostrar relaciones sexuales explícitas, si no los gestos, diálogos, silencios anodinos que las preceden, las precipitan, las sobreviven. Los indicios de la seducción: una mano que se apoya en un hombro, una mirada celosa o cómplice; y, en el plano simbólico, desde las estatuas clásicas de muchachos de cuerpos fibrados, hasta los fragmentos de Heráclito sobre el tiempo, pasando por una fruta madura, alegoría perfecta de la pasión. La novela homónima de André Arciman y el primer guión de James Ivory se convierten con el estilo sensorial de Guadagnino en una exploración del gozo y la sensualidad. Inmersa en el esplendor de los parajes de la Lombardía, con un solo objetivo de 35 mm, el ojo de la cámara proyecta sobre dos actores en estado de gracia, Timothée Chalamet (Elio) y Armie Hammer (Oliver), su invitación al carpe diem.
Call me by your name es más que una película de amor homosexual. Su incursión en el descubrimiento amoroso y los entresijos de la bisexualidad la dotan de un mensaje universal. Los dos protagonistas tienen relaciones satisfactorias con mujeres, lo cual no les exime de enamorarse el uno del otro. Se diría que ambos están probando en su carne ese sentimiento que los griegos calificaron como Eros, tan poderoso como incontrolable. De ahí su peligro: de las cimas del placer al precipicio del dolor hay un paso. Pero, ¿no vale la pena correr el riesgo a cambio de experimentarlo, ni que sólo sea una vez? Quizá ahí resida, como dice la canción de Sufjan Stevens, el misterio del amor.
Silvia Rins, Todos los Estrenos 2018
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